viernes, 20 de noviembre de 2009

Ensayo sobre la Modernidad Mexicana (1)

Esta es la versión html del archivo http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/venezuela/rvecs/3.2002/girola.doc.
G o o g l e genera automáticamente versiones html de los documentos mientras explora la Web.
EL INDIVIDUALISMO COMO
CONSTRICCIÓN Y COMO UTOPÍA:

EL CASO DE MÉXICO


Lidia Girola



Introducción


A lo largo de su breve historia, el pensamiento sociológico ha tomado el término “individualismo” para referirse a varias cuestiones diferentes. A veces, se lo ha considerado como la doctrina social que implica un conjunto de valores y principios centrados en la defensa de la persona humana, la defensa de sus derechos y libertades, y la normatividad de ello derivada. En este sentido es principalmente como lo considera Durkheim en su propuesta del “individualismo moral” como uno de los elementos constitutivos de la cultura de la modernidad.


Otros autores al hablar de individualismo han querido hacer referencia al proceso de reconocimiento al valor e importancia de la subjetividad, la interioridad, el derecho a la intimidad, y la constitución de una esfera privada en la vida de las personas. Esta idea tiene sus raíces en la concepción alemana que se centra en el desarrollo de la “individualidad” como ideal de una subjetividad autoconsciente, creativa, y sus posibilidades de autorrealización. Richard Sennet, Christopher Lasch y más recientemente Maffesoli, Lipovetsky y Giddens han trabajado, cada cual a su manera, este significado del término individualismo.


Una tercera acepción ha sido la adoptada desde un punto de vista metodológico por los investigadores sociales especial aunque no únicamente, y ha desembocado en las formulaciones que en la actualidad conocemos como “individualismo metodológico”. De esto no me ocupo en el presente texto.


Por último, el individualismo ha sido considerado muy frecuentemente, y no sólo por los cientistas sociales, en un sentido peyorativo, como una patología propia de la modernidad, que implica atomización, egoísmo u egocentrismo, y que ha llevado a no pocos a verlo como un cáncer o una consecuencia perversa de los procesos de racionalización e individuación, y como el resultado no deseado del progreso y el pluralismo sociales.




La mayor parte de los pensadores y sociólogos que se han dedicado al tema han formulado sus apreciaciones al respecto en un contexto societal que difiere del de nuestras sociedades de Latinoamérica. El tema sin embargo es relevante para nosotros, en gran medida porque en la actualidad ningún proceso cultural, ningún proceso económico o político que tenga lugar en los grandes centros mundiales de decisión, deja de afectarnos, sino todo lo contrario, cada vez nos afecta más profundamente. Por otra parte, aunque parcial y fragmentariamente, nuestras sociedades son parte del mundo global, civilizado y moderno.


El ideal de la modernidad era un individuo consciente de sus derechos y obligaciones como ciudadano, un individuo en el marco de una sociedad que respeta la legalidad y que asienta su legitimidad en el respeto universalista de las reglas de juego establecidas, que implican vigencia de la autonomía individual, la racionalidad, la responsabilidad y un conjunto de derechos en constante expansión. Muchos de los autores interesados en la problemática del individualismo se ocuparon de cuestionar tanto la plausibilidad del ideal cuanto su vigencia actual.


Sin embargo, las salidas o soluciones propuestas para la situación, que una vez más es definida como de crisis, parecen no tomar suficientemente en cuenta la problemática de las clases sociales e incluso de los movimientos sociales, y constatan y a la vez proponen la construcción de una nueva socialidad en el ámbito de los pequeños grupos, que se visualizan como espacios de constitución de la identidad individual.


Mi interés en este trabajo es formular sucintamente las diversas modalidades que el individualismo puede asumir en las sociedades latinoamericanas, específicamente en México, aunque reconozco que tal vez mi aproximación a la cuestión es un tanto impresionista. Entre otras razones, porque la bibliografía existente en América Latina sobre este tema es escasa, el problema aparece tratado en el marco de otras cuestiones y si bien se realizan estudios y encuestas sobre valores y sobre los cambios que experimentan nuestras sociedades en diversos ámbitos (la familia, la cultura de género, la conformación de la identidad), el individualismo como tal no ha sido abordado de manera consistente en investigaciones periódicas y abarcadoras que permitan evaluar el estado de la individualidad, y los valores y las actitudes de la población al respecto.


Aproximación tentativa a una caracterización del individualismo

en nuestras sociedades


En las sociedades latinoamericanas, y en México en particular, el individualismo tanto en el sentido de doctrina socialmente aceptada relativa a los derechos, obligaciones y libertades del individuo y al valor inalienable de la persona humana, como en el sentido de las posibilidades de construcción de la individualidad, tiene características peculiares.

Siendo parte cada vez más de un mundo globalizado, nuestras sociedades comparten patrones culturales comunes con las sociedades más industrializadas del mundo, a la vez que muchas tradiciones y pautas de comportamiento social reconocen un origen muy anterior a la modernización, o son producto precisamente de las formas específicas que ésta ha asumido. La modernidad en nuestros países ha sido un proceso fragmentario, heterónomo, desigual, y muchas veces abortado1. No sólo es un proyecto inacabado sino en algunos aspectos tan sólo incipientemente iniciado. Entre otras cosas, porque todavía no nos hemos puesto de acuerdo acerca de qué modernidad queremos, y sin embargo se da por supuesto que la modernización es algo bueno en sí mismo, que todos la deseamos y que además está en marcha.


El modelo ideal de sociedad moderna se ha constituido en un objetivo no sometido a crítica, sobre todo por los sectores gobernantes; en su implementación no se han logrado más que transformaciones parciales, y muchas veces las consecuencias no previstas, los efectos perversos de los procesos de modernización impuestos desde arriba, han originado situaciones difíciles de resolver, y conflictos que sólo podrían superarse con una actitud reflexiva y responsable por parte de la ciudadanía en su conjunto.


El carácter polifacético y multicultural de nuestras sociedades, donde se entreveran comportamientos modernos, con otros tradicionales y otros de carácter nuevo, actitudes de origen netamente urbano con tradiciones campesinas, no hace más que manifestar las modalidades peculiares de la estructura social existente. Mi hipótesis en ese sentido es que lo peculiar de la sociedad mexicana y de las sociedades de América Latina, en términos generales y sin dejar de lado las diferencias específicas que en muchos casos pueden incluso llegar a ser importantes, es precisamente su hibridez: no es que exista un sector moderno en pugna con otro tradicional, sino que concepciones, orientaciones y prácticas modernas y tradicionales (e incluso “posmodernas”) están articuladas entre sí e influyen, según los requerimientos de la situación, en la actividad de los miembros de la sociedad2.


Indudablemente el individualismo es una característica constitutiva de la cultura moderna. Pero dado que el carácter moderno de nuestras sociedades a la vez que evidente es peculiar, complejo e incluso problemático ¿es posible pensar en nuestras sociedades como individualistas a secas? ¿Qué formas asume el individualismo en nuestros países? ¿Hay semejanzas con las sociedades postindustrializadas de Occidente?


Creo que para responder a estos interrogantes, una cuestión crucial es tener en cuenta algo que los autores europeos y norteamericanos que han abordado el tema prácticamente no consideran, o sea cómo una actitud cultural tiene su contraparte en la estructura social y económica de cada sociedad. Esto quiere decir que es muy difícil, por lo menos desde mi perspectiva, decir que nuestras sociedades son individualistas, sin hacer referencia a cómo son individualistas las distintas clases y sectores, o qué significa la individualización para los miembros de las distintas clases, o según la inserción territorial, o según el nicho de edad o incluso el género al que las personas pertenezcan.


En lo que sigue, tengo como referencia de fondo la situación en México, que es quizás la que mejor conozco, aunque creo que muchas circunstancias tienen similitudes con las que prevalecen en el resto de la América Latina. Para fundamentar mis afirmaciones, aparte de la observación personal, recurro a ideas que se desprenden de una serie de trabajos recientes que, aunque por lo general están dedicados a otros temas y no a la problemática específica del individualismo, pueden sin embargo arrojar alguna luz sobre la cuestión, aunque por razones de tiempo y espacio no puedo mencionar en detalle3.


En la mayoría de estos trabajos, una afirmación recurrente es que en México existe lo que algunos autores denominan una “doble moral”, y que personalmente he denominado la “cultura del como si”. Esto consiste en que podemos manifestar que estamos de acuerdo con algo, pero en la práctica cotidiana hacemos otra cosa; en que hay una diferencia evidente entre el discurso y la praxis4. Este fenómeno, que no es exclusivo de nuestras sociedades, pero que aquí tiene una importancia y presencia muy marcadas, es producto de nuestra historia particular, pero a la vez es una característica remarcable de nuestra cotidianeidad.


Así, en el caso de México, es posible sostener que la doctrina de la dignidad de la persona, en las clases medias y altas, puede que sea discursivamente aceptada pero no siempre tiene vigencia práctica. Lo que predomina es más bien un individualismo del “yo primero”, un egocentrismo inconsciente, que se manifiesta en situaciones de lo más diversas, triviales unas, sustantivas idiosincráticamente otras. Desde las señoras que estacionan en doble y triple fila a la salida de las escuelas privadas, entorpeciendo el tráfico con sus camionetas, hasta el industrial que propugna la flexibilización laboral a ultranza; desde el ejecutivo que gana bien y no quiere ni oír hablar de la instauración de un seguro de desempleo, hasta el funcionario que aprovecha el ejercicio de su función para medrar y al que no le importa aceptar un soborno, siempre que sea alto. En estos sectores es posible encontrar, junto con un discurso aparentemente reflexivo sobre la libertad y otros derechos individuales, conductas de un acendrado particularismo; todo depende de si la situación le afecta personalmente al actor en cuestión.


En los sectores populares, la noción del propio valor como persona, y la importancia de asegurar el respeto al prójimo, o sea el individualismo en el sentido moral del que hablaba Durkheim, es una doctrina que incipiente pero dificultosamente va calando en la conciencia de la gente. Sin embargo, la idea de que cada persona tiene derechos tanto políticos como civiles y sociales no siempre va acompañada de su correlato específico, o sea de la asunción de que cada uno tiene también responsabilidades cívicas y sociales, que son las únicas que permitirían garantizar los propios derechos e intereses. No siempre por otra parte, se tiene conciencia de que existen instancias institucionales, como el Estado, que tienen la obligación de garantizar un derecho igual y transparente para todos.


Si consideramos el individualismo en la acepción de desarrollo de la individualidad, una cuestión crucial a tomar en cuenta es que no todos los grupos sociales tienen los elementos materiales, de tiempo, de infraestructura, de capacitación para desarrollar su subjetividad, y avanzar en el terreno de su maduración emocional y sentimental.


Pero además hay otra dimensión del individualismo que me gustaría introducir ahora: la consideración del individualismo como una política societal y global. Es societal porque, aun con diversas manifestaciones en los distintos estratos y sectores de cada sociedad, presiona y obliga a todos. Es global porque los patrones culturales que impone se han constituido mundialmente, se extienden a través de los medios masivos de comunicación y desconocen las peculiaridades locales. Es lo que en el título de este texto quiero decir al mencionar al individualismo como constricción, o lo que es lo mismo, al individualismo desde la perspectiva de una lógica neoliberal que implica que cada miembro de la sociedad debe “rascarse con sus propias uñas”, o lo que es lo mismo que cada cual es el único responsable de su vida y bienestar. En esto también, hay que remarcarlo, es posible notar un impacto diferenciado según la clase social.


Las clases medias y altas, si consideran que su posición laboral está más o menos asegurada, pueden aceptar una política de flexibilización y meritocracia, que individualice sus posibilidades, ya que pueden pensar que es un medio de destacar y distinguirse de acuerdo con los valores aceptados en nuestra sociedad, que enfatizan en el éxito, sobre todo el económico.


Pero la flexibilización del mercado impone a los sujetos un trato individualizado del que los sectores menos favorecidos pueden no tener cómo defenderse. Las políticas neoliberales pueden tener como consecuencia una privatización extrema de las posibilidades de capacitación, de conseguir un trabajo, de permanecer contratado; si la existencia de regulaciones jurídicas, contratos colectivos y sindicatos (aunque no fueran todo lo combativos que debieran), pudieron en algún momento de nuestra historia ser una esperanza de defensa del trabajador, las nuevas tendencias que parecen imponerse en cuanto a contrataciones, jubilaciones, impuestos y prestaciones en general, podrían constituir un escenario de carencia y desvalimiento justamente para aquellos sectores que más requieren de garantías en cuanto a sus posibilidades de supervivencia digna (cfr. Castel, 1995, conclusión).


De allí que Robert Castel sostenga, si bien para otro contexto, pero creo que en el nuestro también puede aplicarse, que en las sociedades actuales es posible constatar un proceso de “individualización negativa” que consiste en la exigencia por parte de la sociedad en su conjunto con respecto a los sectores desprotegidos y vulnerables en el sentido de que se conduzcan como todos los demás, es decir, como ciudadanos capacitados, autónomos y responsables; pero no se proveen las condiciones mínimas para que funcionen de esa manera (cfr. Castel, 1995, 760).


Por esa razón, el individualismo neoliberal, impuesto desde arriba por las élites gobernantes, por los empresarios e incluso sostenido como requisito de inclusión societal por las clases medias y por sectores de la intelectualidad, es una constricción, una presión intolerante e intolerable, desde el punto de vista de aquellos que no cuentan con los medios, ni con el tiempo, ni con la capacitación, para conducirse como ciudadanos autónomos, responsables y artífices de su propio destino en una sociedad sometida a la globalización dependiente.


Esto es particularmente evidente para mí, sobre todo en el caso de los jóvenes mexicanos, por varias razones. En lo relativo a los pertenecientes a las clases medias y altas, la socialización de los jóvenes se basa en muchos casos en la exaltación del bienestar material y su ostentación; la cultura es de una extrema superficialidad; la influencia de las modas y el alcohol, más el dinero fácilmente obtenido de los padres, convierten a los jóvenes de las clases medias y altas en juniors, representantes de un individualismo mass mediático, arreflexivo y anómico. A la vez existe una cierta presión social para que definan su futuro, para que asuman una identidad individual organizada en torno a logros, y se les brindan una multiplicidad de opciones en cuanto a estudios, mucho mayor que la que estaba disponible hace algunos años. Por otra parte, la adolescencia, la época de la inmadurez, se ha prolongado prácticamente hasta la treintena. Pero las certezas con respecto al propio futuro y el papel real de cada cual en la sociedad no están claros, y en caso de intentar definirlo los esquemas valorativos propuestos no hacen hincapié en fines solidarios y de compromiso. Los hijos de las clases medias y altas se debaten entre la sobreoferta ( de posibilidades de estudio, de protección familiar, de drogas) y un conjunto de ideales sociales a los que no les ven un sentido claro. La sobreoferta se transmuta en carencia: ya no se sabe lo que realmente importa. Creo que en ese caso es posible hablar de una individualización anómica creciente.


En el caso de los jóvenes de sectores populares, ellos tienen que intentar conjurar la indeterminación de su posición, elegir y decidir, sin contar con la preparación y las relaciones de los de las clases positivamente privilegiadas. La socialización en cuanto a valores de responsabilidad ciudadana puede ser deficiente, y si existe algún tipo de sobre exposición en este caso es a los riesgos y la desprotección. Para muchos jóvenes es más fácil ser un dealer que un trabajador constante y honesto; la “banda” o pandilla puede ser el único referente normativo. Es materia de estudio empírico en qué medida podríamos en esta situación hablar de una individualización negativa, además de anómica.

También el individualismo tiene manifestaciones diversas si consideramos la situación en el ámbito rural y en el urbano. Los sectores sociales más atrasados y negativamente privilegiados, de origen rural o campesino, no han arribado por completo a la propia identificación como individuos ni como ciudadanos. La ligazón con sus comunidades, sus estrategias de supervivencia, el clientelismo imperante a través del cual pueden obtener algún tipo de prebenda o solución a sus múltiples problemas, su sojuzgamiento por los caciques o caudillos de turno, son tipos de relaciones que hacen referencia a una organización social tradicional, refractaria a los valores universalistas y a la doctrina de la dignidad personal y los derechos y libertades inalienables de cada persona; menos aun a las posibilidades de desarrollo de una identidad personal digna y autónoma. A pesar de los cambios recientes que hay que reconocer, esta situación pervive, en medio de transiciones y crisis. Podríamos hablar en este caso de una individualización incompleta y fragmentada.


En el ámbito urbano, la orientación comunitaria se ha perdido, sin haber sido reemplazada por un individualismo moderno, centrado en el ejercicio de la ciudadanía. Ante la masiva inmersión en la cotidianeidad de la ciudad, a través de los medios y en la calle, el habitante de las ciudades mexicanas se siente bombardeado, fumigado y muchas veces exhausto. Su casa es su refugio, aunque no siempre sea un oasis de paz.


Términos psicológicos como trauma, complejo, neurosis, estrés, han alcanzado en la ciudad la connotación de razones explicativas de conductas y problemas comunes, y constituyen parte de un discurso aceptado y aceptable en todos los estratos sociales. Esto, que podría significar un cierto grado de sofisticación en cuanto a la construcción del imaginario de la subjetividad, no quiere decir lamentablemente que se haya hecho conciencia de que todos los sujetos, niños, mujeres, ancianos y hombres adultos tienen derecho a defender su privacía, su intimidad, y a ser tratados con respeto y consideración. Lo que más arriba mencionaba con respecto a una socialización anómica no se refiere tan sólo a la carencia de valores universalistas o de reivindicación de los derechos ciudadanos, sino también a los valores inherentes a la dignidad y el respeto sociales y humanos. Violencia, tensión y agotamiento son indicadores de una situación vivida cotidianamente que dificulta la constitución de una individualidad integrada y creativa. En términos específicamente integrativos, puede decirse que el compromiso de los habitantes de las grandes urbes mexicanas con el conjunto de la sociedad no es constante, la responsabilidad frente a las cuestiones de interés público es ocasional, la cultura cívica es incipiente.


Los síntomas de masificación, de adhesión irreflexiva a los gustos, modas y símbolos de estatus y opiniones generales son evidentes, y no se reconocen en esto diferencias apreciables según las clases sociales; lo que varía puede ser el objeto específico a partir del cual se produce la identificación masificada (comprado en los grandes centros comerciales o en el tianguis; de “marca” o “patito”5), pero lo que no varía es el afán de estar “en onda” y la situación paradójica pero real de “parecerse a todo el mundo para ser único y uno mismo”6. Podríamos entonces sugerir que a este proceso en los sectores urbanos lo catalogáramos como un individualismo masificado, que es exactamente lo contrario de la individualización.


Otra cuestión a tener en cuenta es que en México el peso de las solidaridades adscriptivas familiares es muy grande; creo que esto se debe no sólo a la pervivencia de la cultura tradicional, sino a presiones derivadas de la peculiar inserción de nuestra sociedad en el mundo globalizado. En la medida en que un enfoque individualista por parte de las autoridades de turno puede significar desprotección frente al mercado (de trabajo, pero también de vivienda, de oferta educativa y de salud), la ruptura de las vinculaciones familiares, comunitarias e incluso clientelares es difícil, porque son percibidas como ámbitos de apoyo y protección.


El individualismo presente en los sectores medios y altos de la población, además de sus manifestaciones de egocentrismo personal y de clase, es localistamente integrativo, no propiciando la preocupación por los que no son miembros de su familia o de su entorno inmediato, y permitiendo el surgimiento de solidaridades más abarcadoras sólo en circunstancias extremas, de catástrofe, como los terremotos o las inundaciones. En circunstancias normales, las clases medias y altas no se ocupan de los indios ni de los “nacos”7. Pero, además, en estos sectores prevalece un tipo especial de anomia valorativa, que puede asociarse no sólo con la carencia de valores ciudadanos, sino con la poca importancia otorgada a la socialización en esos valores, y la preeminencia compartida por toda la sociedad, de la “cultura del como si”, o del doble discurso.


Las clases subalternas por su parte, excluidas del acceso a la educación sistemática, formal y de calidad, sometidas a toda clase de vejaciones, teniendo que adscribirse a todo tipo de clientelismo y mafias partidarias diversas, aun para obtener satisfactores mínimos, como servicios para su colonia o barrio, o atención hospitalaria, o transporte seguro y a precios razonables, encuentran en la familia extensa uno de los pocos resguardos para la supervivencia. La familia o la colectividad más próxima de la vecindad operan como parte ineludible de las redes existenciales de subsistencia.


Creo por lo tanto que, en el caso de México, la familia, aun en proceso acelerado de transformación no sólo en su tamaño sino en sus funciones, todavía desempeña un papel crucial en nuestra sociedad. Para los sectores medios y altos como medio de vinculación e inserción societales; para los sectores negativamente privilegiados es un mecanismo muy fuerte de protección y supervivencia. Es posible por otra parte considerar que la permanencia de vínculos solidarios familiares pudiera tener un papel en la promoción de una individuación integradora; todo depende de cuáles valores e ideales se generan allí.


Lamentablemente también permanecen otras relaciones de corte tradicional, como el clientelismo, que proveen, aun con la preeminencia de la corrupción y el abuso, mecanismos de acceso a bienes societales inalcanzables de otro modo. Creo que con respecto al individualismo la sociedad mexicana muestra nuevamente su complejidad: los sectores urbanos medios y altos manifiestan ambivalencia y duplicidad con respecto a los valores individualistas. Diferencias entre lo declarativo y la implementación, o sea una valoración por lo general meramente discursiva de derechos y libertades junto con un individualismo egocéntrico, particularista y no democrático en el funcionamiento cotidiano.


En el caso de los sectores populares puede decirse también que son individualistas siempre y cuando hagamos ciertas precisiones. Por ejemplo, si aceptamos lo señalado por Parsons, en el sentido de que toda actitud de no involucramiento en el contexto público y todo sometimiento a mandatos autoritarios es también una forma de individualismo. En el caso de pertenecer a una de las numerosas etnias del país, hasta no hace mucho, su identidad, si bien de base comunitaria y alejada por completo de la posibilidad de personalización, es localista, no participativa más allá de los límites de su horizonte cultural, su pueblo, su región. El ser ciudadano puede significar para ellos el ser mexicano o poder votar, pero no existe una clara conciencia de los derechos y obligaciones que en lo personal ello implica. Las difíciles relaciones con las autoridades extralocales son un motivo más para que la integración se dé en términos comunitarios no universalistas, ya que propician el recelo y el distanciamiento con respecto a unas instancias que en general se ven como extrañas y amenazantes. No niego que esta situación presenta signos de estar cambiando, pero creo que aún no puede decirse que en general las condiciones sean otras, y además creo que debe tenerse en cuenta que muchas veces la resistencia organizada en las luchas por la dignidad y los derechos de las etnias, por ejemplo, se constituyen en torno de valores que resaltan la importancia de la comunidad, la tierra y la tradición; plantean el universalismo a la vez que la reivindicación de las diferencias; el valor de la autonomía sin una clara referencia al respeto obligado de instituciones, libertades y derechos generales a escala nacional; en fin, presentan rasgos novedosos y probablemente de una extrema vitalidad para encontrar soluciones equitativas y justas a muchos problemas, junto con formulaciones de reivindicación de estructuras ancestrales, particularistas y premodernas.


En el caso de los sectores populares urbanos, sometidos a la avalancha de información amarillista y vociferante de la televisión –que además le provee de arquetipos de género cuestionables y propicia la socialización en términos de valores de éxito material y demostración de logros a través de una estética kitsch y abigarrada–, la constitución de su individualidad aparece, cuando menos, como dificultosa y “jaloneada” por corrientes y objetivos culturales diversos.


Si bien la invasión mass-mediática de la intimidad hogareña es pareja para todas las audiencias, y la presencia de la televisión es constante aun en el ámbito restringido de las recámaras, independientemente de la clase social, considero que las clases medias y altas, por el proceso de educación formal y la multiplicidad de agentes socializadores a los que se hallan expuestas, tienen más elementos para sustraerse a las influencias niveladoras y estupidizantes de los medios. Sin ir más lejos, el tener o no acceso a la televisión por cable, es decir, a la televisión paga, es un índice diferenciador de clase importante. Eso aun sin considerar que el que sea pagada no garantiza una calidad aceptable; la única mejoría es que por lo menos hay más opciones. En los talk shows, que gozan de raitings bastante elevados, lo menos que puede encontrarse son muestras de maduración emocional y sentimental.


En fin, las condiciones de vida de los sectores populares, tanto urbanos como rurales, no propician ni la vigencia de una doctrina de dignidad, respeto y derechos, ni la constitución de una identidad autónoma y responsable. La ciudadanía que pueden ejercitar y que de hecho se les reconoce es aún una ciudadanía de baja intensidad. Su participación es restringida, su involucramiento societal es forzosamente limitado, existe, muchas veces obligada por las circunstancias, una actitud de ensimismamiento y encierro en sus propios problemas, una apatía general con respecto a lo público, y sobre todo un automatismo de la sumisión, en el sentido en que lo planteaba Horkheimer, que sólo hace poco tiempo parece dificultosamente revertirse en una lucha persistente y cotidiana.


Como doctrina, la llamemos individualismo o no, la idea de la necesaria defensa de la dignidad de la persona, sus derechos, obligaciones y responsabilidades, más allá de sus cualidades adscritas, no es una idea generalizada, pero sobre todo no es una práctica vigente, siempre y necesariamente, ni en México, ni en muchos países latinoamericanos. Como autorrealización, derecho a la intimidad, autoperfeccionamiento, autonomía, igualdad y demás, creo que el individualismo –o mejor quizás sería decir la personalización– es una concepción que puede que permee a las clases medias y altas (aunque no implica necesariamente responsabilidad cívica ni social); pero en las clases subalternas es por ahora una meta que en algunos casos se ve como lejana, y que no todos perciben como posible. Sin caer en una idealización de las bondades de los sectores marginados de los beneficios sociales y culturales del presente, creo que en muchos casos sería válida la formulación propuesta por Robert Castel en el sentido de que esos sectores sufren una individualización negativa.


Las utopías tienen, como bien ha señalado Habermas, no sólo un papel relativo al imaginario deseable, sino que pueden ser movilizadoras de conciencias. El individualismo –en el sentido de Durkheim, como individualismo moral, centrado en la defensa de los derechos humanos y en las ideas de libertad, igualdad y fraternidad; o en el sentido asignado por Parsons, como autonomía y responsabilidad de las personas, pero sobre todo en el sentido de la doctrina de la realización personal en el marco de una sociedad equitativa, justa y libre– puede constituirse en uno de esos conceptos-fuerza, en un ideal movilizador. Queda en nosotros que el individualismo entendido de esta manera se transforme en una utopía, en una de las pocas utopías no caducadas de la modernidad, sino en un ideario que oriente el accionar de las personas. El individualismo como utopía debería conducirnos a la lucha por la construcción de nuevas identidades individuales y nuevas formas de socialidad.


Espero haber mostrado que el individualismo, a pesar de la polisemia que ha caracterizado su historia conceptual, es una noción útil para comprender los diversos y complejos procesos y cambios de nuestras sociedades. Quiero en este momento simplemente anotar algunas cuestiones que surgen del análisis y que dan pie a investigaciones posteriores. Aunque es importante diferenciar entre el individualismo y el egocentrismo, y ya Durkheim señalaba claramente que el problema de la desintegración social se refería especialmente a este último, creo que distintas formas de individualismo pueden tener diferentes repercusiones en la cuestión de la integración social. Siendo en la actualidad el individualismo un fenómeno social complejo que reconoce muchas dimensiones, algunas de ellas contradictorias entre sí en sus consecuencias, es importante relacionarlo también con cuestiones integrativas.


Por ejemplo, en el caso de la tan comentada relación entre cultura de masas e individualismo, creo que es imperativo repensar la cuestión. Sin duda el aporte de Horkheimer en el sentido de que las masas son individualistas es relevante aun hoy. Desde un punto de vista diferente, se podría decir que las masas simplemente son prudentes, en el sentido de que hacer lo que hacen los demás es una forma de protegerse, de ser aceptados en contextos donde la originalidad y las diferencias –en cuanto a las preferencias sexuales, las opiniones políticas, las opciones religiosas, las elecciones de cómo ganarse la vida, e incluso características adscritas como el origen étnico o de clase– pueden ser motivo de exclusión. No destacar puede ser simplemente, si fuera una opción reflexivamente asumida, el operar bajo una norma prudencial, como lo es muchas veces en el caso de las subculturas de adolescentes. No digo que la masificación de nuestros gustos y de nuestras opciones culturales sean siempre elecciones conscientes (no serían en ese caso estrictamente masificación), sino que la relación cultura de masas/desarrollo de la individualidad puede tener otras facetas no lo suficientemente exploradas hasta ahora, relacionadas con problemas de autoprotección, solidaridad de pares y asimilación a grupos de referencia, que son claros problemas integrativos.


Pero ¿qué quiero decir cuando me refiero a la integración social? Muchas veces el discurso acerca de la integración se ha relacionado con el problema del orden y con las sanciones negativas a la violación de ese orden; la falta de regulación se ha relacionado con la conducta desviada y las diversas formas de control social. Es imprescindible señalar que el orden no es bueno per se, sino que lo que importa es el contenido específico de un orden determinado. Cuando me refiero a problemas integrativos, quiero decir que una sociedad, o más específicamente nuestras sociedades en México y Latinoamérica, tiene problemas integrativos no sólo porque no siempre se respeta un orden que se dice respetar, sino porque en las prácticas cotidianas la normatividad realmente operativa no respeta valores que considero son esenciales para una vida buena, justa y libre; porque grandes sectores de la población están excluidos del acceso a bienes societales básicos para una vida digna. En el caso de la no vigencia plena del estado democrático de derecho, que ha sido identificado como un problema grave en nuestras sociedades por autores como O’Donnell y Schmitter, y como algo que perjudica nuestras posibilidades de sostener interacciones equitativas e incluso emocionalmente satisfactorias, lo que lamento no es la carencia de orden, sino la falta de relaciones basadas en la justicia y la libertad.


Por otra parte, un problema a tener en cuenta es el hecho de que no todas las personas se encuentran en condiciones de negociar ni las normas que se le aplican, ni los valores y cosmovisones dominantes ni mucho menos el marco jurídico vigente. Los problemas del poder, la dominación, la exclusión, tienen entonces un interés crucial desde la perspectiva que intenta estudiar los distintos tipos de individualismo, porque ¿quién puede imponer significado a la realidad desde donde se legitiman las prácticas y los discursos sociales? Estas son cuestiones que sociológicamente siguen siendo relevantes.


Aunque la situación sociocultural de nuestros países sea diferente de la de las sociedades postindustrializadas de Occidente es importante reconocer que tendemos cada vez más hacia un mundo de cultura global, donde en términos de vida cotidiana tratan de imponerse modelos pluralistas y flexibles en las relaciones interpersonales; donde las opciones en muchos terrenos se han multiplicado y donde la autonomía en las decisiones individuales al menos discursivamente se permite e incluso promueve. Pero ese mundo global sigue siendo profundamente desigual e injusto; la flexibilidad y el pluralismo tienen también su lado oscuro: flexibilización en el mercado laboral, por ejemplo, que puede dejar en la desprotección a los sectores negativamente privilegiados; pluralismo como variedad de artículos ofrecidos para el consumo (y a la que en realidad tienen acceso unos pocos), y no en el sentido de opciones reales de vida. La autonomía debe significar responsabilidad personal con respecto a la propia vida y a cómo las decisiones individuales pueden afectar a los demás.


La individuación negativa de que habla Castel tiene que ser relacionada con la exclusión y la no vigencia del estado democrático de derecho de la que habla O’Donnell; el problema de la ciudadanía truncada o de baja intensidad, tiene que ser relacionado también con el problema de la difícil vigencia de los derechos humanos y sociales, con las dificultades para que los jóvenes sean las personas de bien y los seres humanos felices que deseamos; tiene que vincularse con la problemática de género, para que no se convierta en un sexismo al revés.


Creo por todo ello que la temática del individualismo es no sólo vigente para pensar nuestro diagnóstico del presente, sino que puede brindarnos algunas de las claves para construir nuestro futuro. En ese sentido, quizás sea adecuado pensar en el individualismo como una utopía movilizadora y transformadora de conciencias y prácticas, como un proceso de constitución de la personalidad autónoma, responsable y solidaria, en un marco de pluralismo democrático con justicia; sólo así puede transitarse del individualismo constrictivo del neoliberalismo al individualismo como doctrina social del respeto a la persona y de constitución de una individualidad creativa y autoconsciente.


Las nuevas formas de socialidad


Una propuesta reiterada por parte de autores considerados “clásicos” en las ciencias sociales, como Durkheim o Parsons, sostiene que la participación en asociaciones diversas es un medio para la construcción de la identidad individual. Autores más recientes, como Maffesoli y Lipovetsky, señalan que la proliferación de nuevas formas de agrupamiento es tanto una muestra de la caducidad de los tipos modernos de asociación, y por lo tanto un rechazo del individualismo moderno, como una expresión del surgimiento de ámbitos de relación interpersonal con caracterísiticas propias, que redefinen la noción de individualismo.


En este apartado deseo llamar la atención sobre las semejanzas y diferencias que estas nuevas formas de socialidad, a las que podemos considerar como “pos-asociacionales”, tienen con las agrupaciones típicamente modernas, que constituyeron en su momento un elemento distintivo en la conformación de la vida social.


Las asociaciones típicamente modernas –como partidos políticos, organizaciones sindicales, uniones de patrones o de comerciantes, pero también clubes, cafés (coffe houses), logias masónicas, salones literarios, sociedades de rotarios o de leones, asociaciones de vecinos y grupos de jugadores de ajedrez o de bolos, que surgieron en siglos pasados y permanecen hasta el presente, no sólo en las sociedades europeas sino también en México y el res-to de las sociedades de Latinoamérica, y que contribuyeron a crear lo que conocemos como “opinión pública”8–, tienen en mayor o menor grado varias características distintivas9. En primer lugar, su relativa estabilidad, tanto de membresía como de locación; en segundo lugar, muestran una lógica procedimental precisa y reglas claras de acceso, permanencia y gestión del consenso. Son destacadamente, uno de los ámbitos de origen de lo público moderno, del individualismo racionalista y de la reivindicación de lo cívico.


Las nuevas formas de agrupamiento, que surgen a lo largo de la última mitad del siglo xx, comparten algunas de las características de las asociaciones modernas, pero en otros aspectos se diferencian profundamente de ellas. Se afianza la voluntariedad en cuanto a la participación y pertenencia, pero se flexibiliza lo relacionado con la membresía y los aspectos procedimentales. ¿A qué tipo de agrupamientos me refiero? Claramente a los grupos de autoayuda, los grupos de alcohólicos, neuróticos y comedores compulsivos anónimos, los grupos de Al-Anón, los grupos de padres que han perdido algún hijo, los grupos de mujeres que aman demasiado, o demasiado poco, los grupos de practicantes de masaje reiki, los de tai-chi en parques, los de mujeres que han padecido cáncer de mama, como el grupo RETO, los bares gays, en fin, la variedad es inmensa, y de ahí que uno pueda pensar en estos agrupamientos como polimórficos, de gran labilidad y flexibilidad de entrada, permanencia y funciones para los “miembros”. En ellos, si bien hay diferencias por clase social10, esas diferencias no son lo más importante.


¿Cuáles son las características peculiares de estos grupos? En primer lugar, la membresía es fluctuante, la locación tiene una estabilidad relativa, los elementos procedimentales se minimizan. Para poner como ejemplo a cualquier grupo de Al-Anón, o sea a un grupo de familiares de adictos ya sea al alcohol o a cualquier droga: uno va si quiere, no tiene que decir su nombre, simplemente entra y se sienta, habla si quiere, no tiene que decir nada, ni siquiera si va a seguir yendo, si va a volver o no. Lo único estable es el motivo o interés de estar ahí, ese día. Los únicos miembros fijos son los que coordinan la sesión, pero incluso eso puede variar. La prioridad es obtener el apoyo o la satisfacción emocional, para un problema o un anhelo que uno tiene. No hay compromiso, salvo el que uno quiera establecer. Si hay algún tipo de presión, o a uno no le gusta, simplemente se va. Son agrupamientos basados en la proximidad física voluntaria y en la proximidad emocional, pero la membresía, las reglas y la pertenencia, como un signo distintivo de estatus, han desaparecido11.


Por otra parte quiero referirme a un tipo de agrupamiento aún más nuevo, creo que podríamos fecharlo de diez o quince años a esta parte, que es el que se da en los grupos virtuales, por ejemplo el de los chats. En este caso, no implican proximidad física entre los participantes, sino exclusivamente proxemia emocional limitada. Una característica crucial es la no estabilidad de locación, salvo como medio (hay que estar frente a una computadora), pero incluso la identidad de cada cual puede ocultarse o modificarse, según las circunstancias.


Podemos hablar entonces de estas nuevas formas de agrupación, que no son visibles para el no interesado, que han aumentado exponencialmente y cuyas funciones para la constitución identitaria son muy importantes, si bien no tienen la relación típica con la responsabilidad cívica y la publicidad moderna que otras asociaciones tenían y aún tienen. Por eso propongo considerarlas como formas de agrupamiento pos-asociacionales, como ámbitos de una individualidad en expansión subjetiva, organizada en torno de microintereses, no sujeta a formas de control estrictas.


Si bien son medios de inclusión societales, a la vez que de diferenciación, sólo en algunos casos operan como instrumentos de gestión de la participación democrática, igualitaria; sólo a veces funcionan como ámbitos de expansión de la conciencia de los derechos y libertades humanos; por lo general su objetivo tiene más que ver con el logro de la satisfacción emocional o la recuperación de la salud física; son ámbitos de apoyo que no exigen una adhesión exclusiva ni excluyente, de hecho cada cual puede “pertenecer” o más bien asistir a varios. Sin embargo, están operando como ámbitos de surgimiento y consolidación de la individualidad, y en algunos casos como medios donde se genera una nueva relación con el mundo y con los demás, con cierto énfasis en la aceptación del “Otro”, la valoración de la autenticidad y el respeto por la diferencia.


A su vez, las formas de asociación moderna permanecen, si bien tienen cada vez más una relación estrecha con la satisfacción emocional, y van perdiendo en muchos casos la vinculación con la moralidad, la organización racional, la búsqueda de prestigio estamental o la definición de estatus social y el egocentrismo, propios de la modernidad. Si es cierto que la individuación digna y creativa junto con la responsabilidad cívica se construyen a través de la participación cotidiana en grupos diversos, o sea por medio de una presencia participativa en la sociedad civil, la pregunta es en qué medida ese tipo de grupos y asociaciones existe en nuestra sociedad. Si así fuera, habría que preguntarse cuál es el peso específico que tienen en lo que se refiere a la conformación del individualismo responsable, o si más bien habría que centrar nuestro interés investigativo en las nuevas formas de relación pos-asociacionales que acabo de señalar.


Y por otra parte, habría que ver si dichas formas nuevas de agrupamiento son ámbitos en donde se gesta realmente la participación democrática, igualitaria y constructora de la conciencia de derechos y libertades, o si solamente resultan afianzadoras de una diferenciación por microintereses. Creo de cualquier manera que éste es un tema importante para el estudio empírico y el debate.



Bibliografía


Alduncín, Enrique (1993): Los valores de los mexicanos, tomo III, México, Fomento Cultural Banamex.

__________ (2000): “Macrotendencias y escenarios valorales de las tres primeras décadas del siglo xxi” en Millán y Concheiro (coords.), México 2030. Nuevo siglo, nuevo país, México, FCE.

Bartra, Roger (1987): La jaula de la melancolía, México, Editorial Grijalbo.

Castel, Robert (1995): Les métamorphoses de la question sociale, París, Gallimard.

Cohen, Jean y Andrew Arato ( 2000): Sociedad civil y teoría política, México, FCE.

Duhau, Emilio (1995): “Estado de derecho e irregularidad urbana”, Revista Mexicana de Sociología, 1/95, México, Iisunam.

Durkheim, Emile (1990): Lecciones de sociología, México, Quinto Sol.

Flores, Julia Isabel (1997): “Comunidades, instituciones, visión de la existencia, identidad, ideología” en AA.VV., Los mexicanos de los noventa, México, Iisunam.

Girola, Lidia (2000): “¿Cuál modernidad? Anomia en las sociedades latinoamericanas” en Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, n° 2, Caracas, mayo-agosto.

Gutiérrez Vivó, José (1998): El otro yo del mexicano, México, Info Red / Editorial Océano.

__________ (1999): El mexicano y su siglo, México, Info Red / Editorial Océano.

Habermas, Jurgen (1986): Historia y crítica de la opinión pública, Barcelona, Ediciones Gustavo Gilly.

__________ (1989): El discurso filosófico de la modernidad, Madrid, Taurus.

Hirsch Adler, Ana (1998): México: valores nacionales, México, Ediciones Gernika.

Lipovetsky, Gilles (1986): La era del vacío, Barcelona, Editorial Anagrama.

Loaeza, Soledad (1988): Clases medias y política en México, México, El Colegio de México.

Maffesoli, Michel (1990): El tiempo de las tribus, Barcelona, Icaria.

Millán, Julio A. y Antonio A. Concheiro (coords.) (2000): México 2030. Nuevo siglo, nuevo país, México, Fondo de Cultura Económica.

O’Donnell, Guillermo (1999): “Polyarchies and the (Un) Rule of Law in Latin America” en Juan Méndez, Guillermo O’Donnell y Paulo Sergio Pinheiro (eds.), The Rule of Law and The Underpivileged in Latin América, Notre Dame, University of Notre Dame Press.

Parsons, Talcott (1967): “Christianity and Modern Industrial Society” en Parsons, Sociological Theory and Modern Society, Nueva York, The Free Press.

Salles, Vania y Rodolfo Tuirán (1998): “Cambios demográficos y socioculturales: familias contemporáneas en México” en Beatriz Scmuckler (coord.), Familias y relaciones de género en transformación, México, Population Council / Edamex.

Salles, Vania (2001): “Familias en transformación y códigos por transformar” en Cristina Gomes (comp.) Procesos sociales, población y familia, México, Editorial Prorrúa/Flacso.

Sarlo, Beatriz (1995): Escenas de la vida postmoderna, Buenos Aires, Compañía Editora Espasa Calpe Argentina / Ariel.

Sautu, Ruth (2001): La gente sabe. Interpretaciones de la clase media acerca de la libertad, la igualdad, el éxito y la justicia, Buenos Aires, Ediciones Lumière.

Tarrés, María Luisa (1990): “Participación social y política de las clases medias” en AA.VV., México en el umbral del milenio, México, El Colegio de México.

No hay comentarios: